Muchas personas han apreciado el verdadero sentido del universo cuando
se han enfrentado a la salvaje y natural belleza del océano, pero pocas
son las que han llegado a experimentarlo de la forma en que lo hizo
Steve Callahan. En 1982, Callahan estuvo navegando a la deriva por el
Océano Atlántico a bordo de una pequeña lancha durante 76 espantosos
días. Hoy entrevistamos al protagonistas de la historia real que inspiró
La vida de Pi de Ang Lee.
Callahan volcó su experiencia en un libro, Adrift, que se convirtió en
un best seller de la lista del New York Times. Avanzando en el tiempo
casi 20 años, el escritor Yann Martel menciona a Callahan en su exitosa
novela de aventura y fantasía La vida de Pi, que indaga en temas
espirituales al mismo tiempo que narra cómo sobrevive a un naufragio un
chico indio, perdido en el Océano Pacífico en compañía de un tigre de
Bengala durante 227 días. Naturalmente, siendo Ang Lee el realizador
dispuesto a llevar La vida de Pi a la gran pantalla, era lógico
que el cineasta quisiera contar con la presencia de Callahan en el set y
le contratara como asesor marítimo y de supervivencia de la película.
“Ang Lee me localizó, y la verdad es que congeniamos”, dice este
superviviente, escritor, marino y filósofo desde su casa en Maine, Nueva
Inglaterra. “Oficialmente fui contratado como asesor de supervivencia
en el mar, pero terminé haciendo cosas para muchos departamentos
distintos. El asesor de guion me dijo, ‘Has dejado tu huella por toda la
película’”. Callahan también incluyó muchas de sus experiencias en el
filme, pues Lee estaba absolutamente fascinado por los detalles –la
forma en que preparó una comida, cómo una gigantesca ballena azul y su
cría aparecieron junto a su balsa– y quería recrearlos para el personaje
de Pi. En su esfuerzo por lograr la máxima autenticidad, el director
acogía entusiasmado las anécdotas de Steve y confiaba plenamente en su
experiencia.
“Aporté detalles sobre cómo podría ser el aspecto del océano y del
cielo, y lo ajuste al argumento”, señala Callahan. “Estuve presente
durante todo el rodaje principal, pasé un tiempo con Suraj (Sharma, que
interpreta a Pi Patel), discutí las cuestiones de carácter psicológico y
me involucré en el atrezo. Además, experimenté sin cesar con el tanque
de oleaje; fue un continuo proceso de aprendizaje, pero creo que
finalmente conseguimos algo aparentemente muy realista”. Por supuesto,
el filme, inevitablemente, trajo a la memoria de Steve numerosos y
perturbadores recuerdos de la aventura que había experimentado hacía dos
décadas. Desde muy joven, el océano estaba en su sangre; antes de
finalizar el instituto ya navegaba alrededor de ocho metros
absolutamente solo, y aprendió por su cuenta navegación astronómica: una
técnica que empleando mediciones angulares, distancias entre el sol, la
luna, un planeta o una estrella y el horizonte, sirve para guiarse en
el mar. Su objetivo muy pronto fue pasar el mayor tiempo posible en el
mar.
“Lo recuerdo como una sensación de estar en el vientre materno, y que
mirar el movimiento del mar realmente me hacía sentir como en casa”,
dice Callahan. “Yo creo que es una experiencia muy zen; en el mar me
siento muy humilde, de un modo que verdaderamente me conmueve. El océano
para mí ha devenido en una especie de metáfora universal que lo abarca
todo. En nuestra sociedad, tenemos la percepción de que todo es sólido y
rígido, e intentamos prevenir las cosas, pero en realidad todo
fluye”. Si las palabras de Callahan suenan a las de un filósofo es
porque lo es: estudió filosofía y arte en la universidad, y considera
que hay una estrecha conexión entre sus estudios y su pasión.
“Para mí, un barco es una creación humana absolutamente increíble porque
por un lado es un vehículo, por otro, un hogar, y, finalmente, es
arte”, declara Callahan. “Siempre me ha interesado la filosofía y el
mundo de las ideas, una faceta humana que se impone sobre la naturaleza,
pero no había llegado a comprender lo realmente importante que era el
lado humano hasta que me encontré a la deriva en un bote salvavidas.
Igual que amo la naturaleza, también aprecio el lado humano de las cosas
en su intento por comprenderla. Lo cual está muy relacionado con La
vida de Pi y con lo que Ang intentaba hacer con la película..., desde su
punto de vista; el gran tema de la película es la importancia de la
historia en nuestra vida”. Y la gran historia de la vida de Callahan
aconteció en 1982. Tras el fracaso de su matrimonio después de seis
años, Callahan decidió cumplir su sueño de toda la vida: cruzar el
océano en una pequeña y modesta embarcación. “Quería demostrar que era
posible vivir de una forma materialmente minimalista y, no obstante,
poder llegar a todas partes”, afirma. “Entonces, diseñé ese pequeño
barco, lo construí y me fui de Estados Unidos. Mi gran objetivo era
llegar a Inglaterra, lo cual llegué a hacer sin ningún problema. Pero
como estaba sin dinero y en realidad no tenía nada por lo que volver,
decidí irme al Caribe para conseguir un trabajo en un astillero”.
Y entonces fue cuando se desencadenó el desastre. Cuando llevaba
aproximadamente una semana de viaje, empezó a soplar un viento muy
fuerte, pero Callahan no se amilanó y siguió adelante. “Entonces algo
golpeó el barco y a continuación entró una inmensa tromba de agua”,
cuenta Callahan. “Supe inmediatamente que estaba perdido y que si no
sacaba mi culo del barco me iba a hundir con él. Me metí en el bote
salvavidas y me alejé del barco, encontrándome, básicamente, en medio
del Atlántico. Los siguientes dos meses y medio los pasé aprendiendo a
vivir como un hombre de las cavernas acuático”. Su bote tenía un toldo
que le procuraba algo de protección frente al sol, y Callahan disponía
de un kit de emergencia: un equipamiento básico de supervivencia, como
un saco de dormir, un trozo de plástico y unos destiladores solares (un
dispositivo fabricado durante la Segunda Guerra Mundial para que las
tripulaciones pudieran obtener agua potable a partir del agua de mar).
Sin embargo, sobrevivir física y mentalmente requiere algo más que
simplemente lo básico; Callahan debía experimentar lo que los psicólogos
comúnmente denominan ‘las fases de la supervivencia’.
“La psicología clasifica la experiencia de la supervivencia en una
amplia variedad de etapas”, señala Callahan. “La primera es la fase de
Pre-impacto; que en cierto modo calibra tu nivel de adaptación a la
tarea que estás realizando, tu nivel de preparación ante algo que pueda
ir mal o tu nivel de aceptación de la realidad. Luego está la fase de
Impacto, que tiene lugar cuando la acción sucede realmente, y tiene que
ver con tu capacidad de escapar y evitar esa amenaza inmediata. Después
está la fase de Retroceso, donde te hallas en una situación
completamente nueva y no tienes ni idea de qué hacer. Finalmente, está
la fase de Adaptación, que es cuando consigues ingeniar tus propios
sistemas de supervivencia; construyes herramientas y aprendes a
mantenerte del entorno que te rodea”. En el caso de los supervivientes
de un naufragio, estos tienen que esperar algún tiempo para que el
ecosistema marino se empiece a desarrollar: percebes y algas van
creciendo sobre el casco de la embarcación. Pronto estos organismos
atraen a pequeños peces, los cuales, a su vez, atraen a peces más
grandes. “Por lo tanto, disponía de un ecosistema insular”, dice
Callahan riendo. “Tenía a mi “patito de goma Rubber Duck”, como llamé a
mi balsa, que era como mi pequeña isla. Entonces, yo vivía allí y era el
alcalde de Ducky-Ville”.
Como alcalde y único habitante de la isla, lo primero que Callahan tenía
que garantizarse era la comida, que consistió principalmente en pez
dorado o, como dicen los hawaianos, mahi-mahi, una especie que se
encuentra habitualmente en aguas tropicales. “Son peces bastante
grandes, por lo tanto, tenía que comerme las vísceras de inmediato
porque si no se echaban a perder”, señala Callahan. “Pero la verdad es
que me las arreglé para cortar trasversalmente el pescado en trozos de
unos 6 centímetros, colgándolos después para que se secaran al sol. Por
lo tanto, básicamente era algo parecido a cocinarlos”. Callahan también
fue capaz de fabricar alrededor de medio litro de agua potable al día
usando los destiladores solares; “Se podría decir que, por lo general,
una persona puede vivir aproximadamente un mes sin comida, pero solo
resiste 10 días sin agua, por tanto, sin esos artilugios hoy yo no
estaría vivo”, afirma. Bien pescando con un arpón, bien fabricando agua
potable o bien manteniendo su mente ocupada, Callahan sabía que su
objetivo de supervivencia debía buscarlo de forma proactiva.
“Esa idea que existe de que puedes estar dando vueltas sin hacer nada y
que alguien va a venir a rescatarte no es precisamente un buen
planteamiento”, señala. “En la fase de Adaptación, es importante
normalizar tu vida lo más posible. Tener sentido del humor ayuda mucho,
pero sobre todo consiste en trabajar, trabajar y trabajar; despertarte
por la mañana, navegar, hacer ejercicio, registrar lo que acontece,
pescar, hacer reparaciones…, sencillamente, ser proactivo. Yo tenía mi
pequeña reserva de pescado, mis pequeñas degustaciones de agua,
observaba la puesta de sol a través del toldo, y pensaba algo parecido
a: ‘¡Ah, así tendría que ser la vida!’ Experimentas las mismas emociones
y los mismos altibajos que en la vida normal; aunque es como si
hubieras ingerido esteroides”. Finalmente, Callahan divisó la cadencia
luminosa de un faro, descubriendo que no estaba lejos de tierra, y
escuchó las máquinas de un barco pesquero local, inicialmente atraído
por el banco de peces dorados que se arremolinaba alrededor del
particular ecosistema de Callahan. Setenta y seis días después de
zarpar, Callahan atracó en la isla de Marie Galante, cerca de la costa
de Guadalupe.
“Cuando desembarqué, había perdido casi un tercio de mi peso y estaba
totalmente cubierto de úlceras producidas por el agua salada”, dice
Callahan. “No me encontraba mal, pero físicamente era incapaz de ponerme
en pie dada mi extrema adaptación a los vaivenes del barco, en
consecuencia, simplemente me desplomé sobre la playa”. De una cosa está
seguro Callahan, su historia de supervivencia no acabó ahí: durante
muchos años, fue solo el inicio. “Para la mayoría de la gente la
aventura termina cuando sus pies pisan tierra firme, pero en realidad
eso solo es el principio”, señala Callahan. “El periodo de
post-supervivencia es en sí muy parecido a una experiencia de
supervivencia: durante un tiempo, estuve como en una especie de
torbellino, y luego tuve que emprender un proceso de reintegración con
familiares y amigos. Se me brindó la posibilidad de vivir una
experiencia como esta, lo cual significó mucho para mí, y se convirtió
en una experiencia casi espiritual. A lo largo de mi periplo en el bote
salvavidas, vi y fui testigo de cosas que no podría haber visto o
experimentado nunca de otra manera; eran increíblemente fuertes y, a
menudo, increíblemente hermosas; también increíblemente horribles.
Descubrí mi conexión con el universo y vi con mayor claridad aquello en
lo que creía, especialmente respecto a mi relación con la gente. Me di
cuenta de que echaba mucho de menos a las personas, ya fueran o no un
grano en el culo, que realmente las necesitaba en mi vida y que debía
convertirme en un miembro más activo de la sociedad. Estaba decidido a
volver y a ser una persona mejor”.
La experiencia le proporcionó a Callahan una fuerza inmensa, a la que
todavía sigue apelando actualmente. A Steve le han diagnosticado
recientemente leucemia, y está aprovechando todo lo que aprendió en su
aventura por el Atlántico como su guía personal para superar esta nueva
prueba de supervivencia. “Cuando recibí esas malas noticias sobre mi
salud, la enfermera comentó que la mayoría de la gente reacciona como un
ciervo sorprendido por los faros de un coche”, afirma Callahan. “Pero
para mí fue algo así como, ‘¡Ah! Bueno, esto es algo que tengo que
superar’. Y al igual que en el océano, estoy buscando la manera de
adaptarme”. Steve sigue adaptándose a todo que le echen con una fuerza
que encontró navegando a la deriva en Ducky-Ville. A pesar de todos los
altibajos derivados de su experiencia, Callahan no habría podido
conseguir esa fuerza de otra forma. “La vida no desaparece; los riesgos
no desaparecen”, señala. “Hay gente que intenta huir del peligro,
reducir el riesgo en sus vidas, pero para mí no creo que exista nada más
peligroso”.
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