martes, 22 de enero de 2013

STEVE CALLAHAN: Una Lección de Vida...


Muchas personas han apreciado el verdadero sentido del universo cuando se han enfrentado a la salvaje y natural belleza del océano, pero pocas son las que han llegado a experimentarlo de la forma en que lo hizo Steve Callahan. En 1982, Callahan estuvo navegando a la deriva por el Océano Atlántico a bordo de una pequeña lancha durante 76 espantosos días. Hoy entrevistamos al protagonistas de la historia real que inspiró La vida de Pi de Ang Lee.
 
Callahan volcó su experiencia en un libro, Adrift, que se convirtió en un best seller de la lista del New York Times. Avanzando en el tiempo casi 20 años, el escritor Yann Martel menciona a Callahan en su exitosa novela de aventura y fantasía La vida de Pi, que indaga en temas espirituales al mismo tiempo que narra cómo sobrevive a un naufragio un chico indio, perdido en el Océano Pacífico en compañía de un tigre de Bengala durante 227 días.   Naturalmente, siendo Ang Lee el realizador dispuesto a llevar La vida de Pi a la gran pantalla, era lógico que el cineasta quisiera contar con la presencia de Callahan en el set y le contratara como asesor marítimo y de supervivencia de la película. 
 
“Ang Lee me localizó, y la verdad es que congeniamos”, dice este superviviente, escritor, marino y filósofo desde su casa en Maine, Nueva Inglaterra. “Oficialmente fui contratado como asesor de supervivencia en el mar, pero terminé haciendo cosas para muchos departamentos distintos. El asesor de guion me dijo, ‘Has dejado tu huella por toda la película’”. Callahan también incluyó muchas de sus experiencias en el filme, pues Lee estaba absolutamente fascinado por los detalles –la forma en que preparó una comida, cómo una gigantesca ballena azul y su cría aparecieron junto a su balsa– y quería recrearlos para el personaje de Pi. En su esfuerzo por lograr la máxima autenticidad, el director acogía entusiasmado las anécdotas de Steve y confiaba plenamente en su experiencia.
 
“Aporté detalles sobre cómo podría ser el aspecto del océano y del cielo, y lo ajuste al argumento”, señala Callahan. “Estuve presente durante todo el rodaje principal, pasé un tiempo con Suraj (Sharma, que interpreta a Pi Patel), discutí las cuestiones de carácter psicológico y me involucré en el atrezo. Además, experimenté sin cesar con el tanque de oleaje; fue un continuo proceso de aprendizaje, pero creo que finalmente conseguimos algo aparentemente muy realista”. Por supuesto, el filme, inevitablemente, trajo a la memoria de Steve numerosos y perturbadores recuerdos de la aventura que había experimentado hacía dos décadas. Desde muy joven, el océano estaba en su sangre; antes de finalizar el instituto ya navegaba alrededor de ocho metros absolutamente solo, y aprendió por su cuenta navegación astronómica: una técnica que empleando mediciones angulares, distancias entre el sol, la luna, un planeta o una estrella y el horizonte, sirve para guiarse en el mar. Su objetivo muy pronto fue pasar el mayor tiempo posible en el mar.
 
“Lo recuerdo como una sensación de estar en el vientre materno, y que mirar el movimiento del mar realmente me hacía sentir como en casa”, dice Callahan. “Yo creo que es una experiencia muy zen; en el mar me siento muy humilde, de un modo que verdaderamente me conmueve. El océano para mí ha devenido en una especie de metáfora universal que lo abarca todo. En nuestra sociedad, tenemos la percepción de que todo es sólido y rígido, e intentamos prevenir las cosas, pero en realidad todo fluye”. Si las palabras de Callahan suenan a las de un filósofo es porque lo es: estudió filosofía y arte en la universidad, y considera que hay una estrecha conexión entre sus estudios y su pasión.
 
“Para mí, un barco es una creación humana absolutamente increíble porque por un lado es un vehículo, por otro, un hogar, y, finalmente, es arte”, declara Callahan. “Siempre me ha interesado la filosofía y el mundo de las ideas, una faceta humana que se impone sobre la naturaleza, pero no había llegado a comprender lo realmente importante que era el lado humano hasta que me encontré a la deriva en un bote salvavidas. Igual que amo la naturaleza, también aprecio el lado humano de las cosas en su intento por comprenderla. Lo cual está muy relacionado con La vida de Pi y con lo que Ang intentaba hacer con la película..., desde su punto de vista; el gran tema de la película es la importancia de la historia en nuestra vida”. Y la gran historia de la vida de Callahan aconteció en 1982. Tras el fracaso de su matrimonio después de seis años, Callahan decidió cumplir su sueño de toda la vida: cruzar el océano en una pequeña y modesta embarcación. “Quería demostrar que era posible vivir de una forma materialmente minimalista y, no obstante, poder llegar a todas partes”, afirma. “Entonces, diseñé ese pequeño barco, lo construí y me fui de Estados Unidos. Mi gran objetivo era llegar a Inglaterra, lo cual llegué a hacer sin ningún problema. Pero como estaba sin dinero y en realidad no tenía nada por lo que volver, decidí irme al Caribe para conseguir un trabajo en un astillero”.
 
Y entonces fue cuando se desencadenó el desastre. Cuando llevaba aproximadamente una semana de viaje, empezó a soplar un viento muy fuerte, pero Callahan no se amilanó y siguió adelante. “Entonces algo golpeó el barco y a continuación entró una inmensa tromba de agua”, cuenta Callahan. “Supe inmediatamente que estaba perdido y que si no sacaba mi culo del barco me iba a hundir con él. Me metí en el bote salvavidas y me alejé del barco, encontrándome, básicamente, en medio del Atlántico. Los siguientes dos meses y medio los pasé aprendiendo a vivir como un hombre de las cavernas acuático”.   Su bote tenía un toldo que le procuraba algo de protección frente al sol, y Callahan disponía de un kit de emergencia: un equipamiento básico de supervivencia, como un saco de dormir, un trozo de plástico y unos destiladores solares (un dispositivo fabricado durante la Segunda Guerra Mundial para que las tripulaciones pudieran obtener agua potable a partir del agua de mar). Sin embargo, sobrevivir física y mentalmente requiere algo más que simplemente lo básico; Callahan debía experimentar lo que los psicólogos comúnmente denominan ‘las fases de la supervivencia’. 
 
“La psicología clasifica la experiencia de la supervivencia en una amplia variedad de etapas”, señala Callahan. “La primera es la fase de Pre-impacto; que en cierto modo calibra tu nivel de adaptación a la tarea que estás realizando, tu nivel de preparación ante algo que pueda ir mal o tu nivel de aceptación de la realidad. Luego está la fase de Impacto, que tiene lugar cuando la acción sucede realmente, y tiene que ver con tu capacidad de escapar y evitar esa amenaza inmediata. Después está la fase de Retroceso, donde te hallas en una situación completamente nueva y no tienes ni idea de qué hacer. Finalmente, está la fase de Adaptación, que es cuando consigues ingeniar tus propios sistemas de supervivencia; construyes herramientas y aprendes a mantenerte del entorno que te rodea”. En el caso de los supervivientes de un naufragio, estos tienen que esperar algún tiempo para que el ecosistema marino se empiece a desarrollar: percebes y algas van creciendo sobre el casco de la embarcación. Pronto estos organismos atraen a pequeños peces, los cuales, a su vez, atraen a peces más grandes. “Por lo tanto, disponía de un ecosistema insular”, dice Callahan riendo. “Tenía a mi “patito de goma Rubber Duck”, como llamé a mi balsa, que era como mi pequeña isla. Entonces, yo vivía allí y era el alcalde de Ducky-Ville”.
 
Como alcalde y único habitante de la isla, lo primero que Callahan tenía que garantizarse era la comida, que consistió principalmente en pez dorado o, como dicen los hawaianos, mahi-mahi, una especie que se encuentra habitualmente en aguas tropicales. “Son peces bastante grandes, por lo tanto, tenía que comerme las vísceras de inmediato porque si no se echaban a perder”, señala Callahan. “Pero la verdad es que me las arreglé para cortar trasversalmente el pescado en trozos de unos 6 centímetros, colgándolos después para que se secaran al sol. Por lo tanto, básicamente era algo parecido a cocinarlos”. Callahan también fue capaz de fabricar alrededor de medio litro de agua potable al día usando los destiladores solares; “Se podría decir que, por lo general, una persona puede vivir aproximadamente un mes sin comida, pero solo resiste 10 días sin agua, por tanto, sin esos artilugios hoy yo no estaría vivo”, afirma. Bien pescando con un arpón, bien fabricando agua potable o bien manteniendo su mente ocupada, Callahan sabía que su objetivo de supervivencia debía buscarlo de forma proactiva.
 
“Esa idea que existe de que puedes estar dando vueltas sin hacer nada y que alguien va a venir a rescatarte no es precisamente un buen planteamiento”, señala. “En la fase de Adaptación, es importante normalizar tu vida lo más posible. Tener sentido del humor ayuda mucho, pero sobre todo consiste en trabajar, trabajar y trabajar; despertarte por la mañana, navegar, hacer ejercicio, registrar lo que acontece, pescar, hacer reparaciones…, sencillamente, ser proactivo. Yo tenía mi pequeña reserva de pescado, mis pequeñas degustaciones de agua, observaba la puesta de sol a través del toldo, y pensaba algo parecido a: ‘¡Ah, así tendría que ser la vida!’ Experimentas las mismas emociones y los mismos altibajos que en la vida normal; aunque es como si hubieras ingerido esteroides”. Finalmente, Callahan divisó la cadencia luminosa de un faro, descubriendo que no estaba lejos de tierra, y escuchó las máquinas de un barco pesquero local, inicialmente atraído por el banco de peces dorados que se arremolinaba alrededor del particular ecosistema de Callahan. Setenta y seis días después de zarpar, Callahan atracó en la isla de Marie Galante, cerca de la costa de Guadalupe.
 
“Cuando desembarqué, había perdido casi un tercio de mi peso y estaba totalmente cubierto de úlceras producidas por el agua salada”, dice Callahan. “No me encontraba mal, pero físicamente era incapaz de ponerme en pie dada mi extrema adaptación a los vaivenes del barco, en consecuencia, simplemente me desplomé sobre la playa”. De una cosa está seguro Callahan, su historia de supervivencia no acabó ahí: durante muchos años, fue solo el inicio. “Para la mayoría de la gente la aventura termina cuando sus pies pisan tierra firme, pero en realidad eso solo es el principio”, señala Callahan. “El periodo de post-supervivencia es en sí muy parecido a una experiencia de supervivencia: durante un tiempo, estuve como en una especie de torbellino, y luego tuve que emprender un proceso de reintegración con familiares y amigos. Se me brindó la posibilidad de vivir una experiencia como esta, lo cual significó mucho para mí, y se convirtió en una experiencia casi espiritual. A lo largo de mi periplo en el bote salvavidas, vi y fui testigo de cosas que no podría haber visto o experimentado nunca de otra manera; eran increíblemente fuertes y, a menudo, increíblemente hermosas; también increíblemente horribles. Descubrí mi conexión con el universo y vi con mayor claridad aquello en lo que creía, especialmente respecto a mi relación con la gente. Me di cuenta de que echaba mucho de menos a las personas, ya fueran o no un grano en el culo, que realmente las necesitaba en mi vida y que debía convertirme en un miembro más activo de la sociedad. Estaba decidido a volver y a ser una persona mejor”.
 
La experiencia le proporcionó a Callahan una fuerza inmensa, a la que todavía sigue apelando actualmente. A Steve le han diagnosticado recientemente leucemia, y está aprovechando todo lo que aprendió en su aventura por el Atlántico como su guía personal para superar esta nueva prueba de supervivencia. “Cuando recibí esas malas noticias sobre mi salud, la enfermera comentó que la mayoría de la gente reacciona como un ciervo sorprendido por los faros de un coche”, afirma Callahan. “Pero para mí fue algo así como, ‘¡Ah! Bueno, esto es algo que tengo que superar’. Y al igual que en el océano, estoy buscando la manera de adaptarme”. Steve sigue adaptándose a todo que le echen con una fuerza que encontró navegando a la deriva en Ducky-Ville. A pesar de todos los altibajos derivados de su experiencia, Callahan no habría podido conseguir esa fuerza de otra forma. “La vida no desaparece; los riesgos no desaparecen”, señala. “Hay gente que intenta huir del peligro, reducir el riesgo en sus vidas, pero para mí no creo que exista nada más peligroso”. 

 
 

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